Dana estaba sentada en uno de los sillones frente al gran ventanal, contemplando la luna llena, mientras en su mano mecía una copa de un color rojizo, estaba tan ensimismada en sus pensamientos que se sobresaltó levemente cuando las puertas del salón se abrieron de golpe y por ellas entró Raist.
Este se dirigió a una pequeña mesa cerca de la gran estantería que ocupaba toda una pared, llena de preciados y antiguos volúmenes únicos y se sirvió una copa del mismo líquido que tomaba Dana. Tras esto se acercó al ventanal
-Hace una buena noche, pero no lo suficientemente buena para ti Raist- le dijo Dana
-Si, hemos tenido unos pequeños problemas con unos papeles que deberían ser entregados ayer a la mañana, peor el inepto del mensajero no salió por la lluvia, y en cuanto lo hizo, fue atacado y perdió los papeles- le contestó Raist
-Pero eso es terrible, si esa información llega a manos de otros, puede ser una catástrofe- se alarmó Dana
-No te preocupes, no era nada importante, y por suerte el ladrón era una persona vulgar de los suburbios que fue fácil de eliminar- le respondió Raist con un tono de voz tan sumamente tranquilizador que podría calmar a la fiera mas salvaje del mundo.
-Pero entonces, que va a pasar ahora, que vamos a hacer? – le preguntó Dana
-Calma Dana, recuerda que una de nuestras ventajas es la inmortalidad, y tenemos mucho tiempo- le respondió Raist
-Si, mi señor, pero aun así, tenemos que tener cuidado, los licántropos parece que van a ponerse en marcha, hemos recogido información y se están organizando para algo, pero aun no sabemos el que- le dijo Dana
-Si pequeña, lo sé, pero eso no creo que afecte a mis planes de juntar a todos los vampiros bajo mi mando, es mas, creo que puede ser una buena escusa, la lucha contra los licántropos- fue la respuesta de Raist.
Dana bajó la cabeza, tenía razón, nadie rehusaría unirse en medio de una guerra contra un único enemigo, levantó la cabeza y contempló a Raist, su semblante serio la asustaba por veces, aunque sabía que no siempre era así. El la miró y le sonrió mientras se sentaba en el sillón junto a ella.
Ambos se quedaron en silencio, mientras el fuego de la chimenea chisporroteaba, danzando el lento vals macabro que ambos conocían tan bien